El Dr. Antonio Cárdenas Cruz, FE Medicina Intensiva del Hospital de Poniente (Almería), recuerda al Dr. Díaz Castellanos.
Maestro, Jefe, Amigo y Familia
A lo largo de una vida son muchas las personas que influyen de una manera u otra, pero son pocas las que condicionan tu futuro. Yo conocí a Miguel Ángel en 1991, cuando comenzaba mi andadura como médico interno residente, y desde el primer momento supe que sería de esas personas que influyen en tu vida hasta tal punto que son capaces de cambiar tu destino. Mi primera imagen la tengo, y la tendré siempre presente, con bata blanca, camisa rosa, sin corbata (algo poco frecuente en mi época de R1), con una gran sonrisa, siempre preguntándonos si todo iba bien y conquistando con su forma tan peculiar de trasmitir a todos los residentes de la sala. Ese día aprendí que, por muy mal que esté un paciente, el intensivista siempre debe de mantener la calma, que por muy bueno que pienses que eres siempre dependerás de tus compañeros, y que se puede reanimar con una sonrisa sin perder tu profesionalidad.
No os voy a decir que ese día supe que mi futuro estaría en la medicina intensiva, pero sin duda Miguel Ángel fue capaz de descubrir que dentro de mí había un intensivista en potencia y modificar mi vida hasta el punto de cambiar de especialidad para ser lo que hoy soy. Fue mi Jefe de Estudios, mi Tutor de Residentes, mi Jefe de Servicio, mi Maestro en la RCP y mi guía a lo largo de la especialidad que tantos años compartimos. Sin lugar a dudas marcó mi trayectoria profesional, pero no se quedó en eso. Tuve la desgracia de perder a mi padre demasiado pronto y Miguel Ángel asumió esas funciones durante muchísimos años; y no sólo era el profesional al que miraba cuando tenía un problema clínico, era la persona que me permitió continuar hacia delante cuando mi gran referente en la vida desapareció y me dejó perdido.
De las virtudes profesionales de Miguel Ángel podríamos eternizarnos en su descripción, ya que todos los que tuvieron la suerte de conocerlo las compartieron y admiraron desde el primer momento. Era disciplinado, trabajador incansable, estricto en la toma de decisiones pero con la habilidad de flexibilizar sus actuaciones como nadie, de forma que siempre salías contento de su despacho aunque le hubiera dado una vuelta de 180 grados a tu discurso, dominaba el escenario clínico del paciente crítico como pocos, tenía una capacidad innata para relacionarse con todos los miembros del equipo de trabajo y conseguía que todo el mundo terminara su función satisfecho a pesar que los resultados no fueran los esperados, trasmitiéndonos esa virtud fundamental del intensivista que es la capacidad para la gestión de la frustración.
Después de su formación como MIR de Medicina Intensiva en uno de los grandes Hospitales de España (Hospital 12 de Octubre) y con uno de los grandes de la Medicina Intensiva, el Dr. Narciso Perales Rodríguez de Víguri, recaló en la UCI del Hospital de Motril a finales de la década de los ochenta. Desde entonces hasta su jubilación forzosa en 2020, ejerció como un gran profesional de la medicina intensiva en nuestra comunidad autónoma desempeñando numerosos puestos de gestión, tanto en el citado hospital como en el Hospital de Poniente, donde fue el responsable directo de la creación de la Unidad de Cuidados Intensivos y de la Unidad de Urgencias al ser uno de los pioneros y gran defensor de los Servicios de Cuidados Críticos y Urgencias. Fue el artífice de la apertura de este Servicio (UCI y Urgencias) en el poniente almeriense el día 21 de junio de 1997, donde permaneció como Director del Área hasta el año 2008, momento en el cual volvió a su Hospital “natal”, el Hospital de Motril, para asumir las funciones de Jefe de Servicio.
A lo largo de su estancia en el Hospital de Poniente, y junto con las actuaciones propias a nivel sanitario, desarrolló una de sus grandes pasiones, la cooperación con la ciudadanía, estableciendo numerosos vínculos con la sociedad civil de la comarca, generando redes de colaboración y convenios de actuación con Ayuntamientos de la zona (especialmente con el Ayuntamiento de El Ejido y con el Ayuntamiento de Vícar), grupos vecinales, grupos de
protección civil y colaboración ciudadana. Estas actividades le permitieron llevar algo muy suyo como era la RCP, del Hospital a la Ciudadanía, y lo siguió haciendo hasta los últimos momentos de su vida.
La actividad desarrollada en nuestra comunidad autónoma le permitió trabajar desde un primer momento con la Sociedad Andaluza de Medicina Intensiva y Unidades Coronarias (SAMIUC), en la cual (y aunque no tuvo nunca un puesto de gestión específico) estuvo presente en los grandes momentos del desarrollo de la misma siendo el Presidente del Comité Organizador del Congreso Regional en el año 2000 desarrollado en el Poniente Almeriense, participando de forma activa en el Plan Atlas que dio lugar al desarrollo del primer programa reglado de formación para la atención al paciente con trauma grave en nuestro país, dirigiendo el Plan
Salvavidas, del cual derivó la aparición del Primer Programa de Acceso Público a la Desfibrilación en España, y siendo uno de los grandes enlaces con el Plan Nacional de RCP, del cual fue miembro fundador en los primeros años de la década de los ochenta.
Fue uno de los grandes MAESTROS DE LA RCP, pero sobre todo tuvo una visión de futuro que revolucionó la enseñanza de la misma, ya que junto con otros grandes maestros (sus maestros, como él los llamaba, el Dr. Perales, el Dr. Ruano, el Dr. Tormo, el Dr. Cantalapiedra, etc.) entendió desde un principio que el futuro de la RCP radicaba en la enseñanza de la población general. Y aunque muchos lo tildaron en su momento de ingenuo, sin duda se equivocaron de concepto, y en realidad querían decir que fue un visionario ya que consiguió ser el primer profesional de nuestro país en poner en marcha las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación al servicio de la enseñanza del soporte vital, dedicando toda su vida profesional y gran parte de su vida personal a demostrar lo que hoy ya nadie duda y todos sabemos, pero en su momento fue él el que lo puso en práctica.
Sin duda, una de las personas más inteligentes que he conocido por muchos motivos, pero sin duda eran sus habilidades emocionales las que lo convertían en diferente, único diría yo. Los que no lo conocían mucho siempre dijeron que “le gustaba la gestión”, y se equivocaban, ya que Miguel Ángel lo que le amaba, por encima de todo, eran las relaciones personales. Y ese era el motivo por el cual destacaba por encima de muchos en sus habilidades para la gestión, ya que era capaz de interactuar (y sin esfuerzo) con cualquier tipo de profesional dentro y fuera del ámbito sanitario. Muchos decían que era un adulador. Yo siempre dije que era un seductor, ya que era capaz de expresar sus ideas, trasmitir sus expectativas, debatir sus principios, rebatir lo irracional, modificar las conductas inadecuadas, ilusionar a los escépticos, potenciar a los ilusionados y tranquilizar a los indecisos, siempre con buen talante, siempre con una sonrisa y siempre por el bien de sus pacientes reales o potenciales.
En los últimos años, y a pesar de la distancia que todo lo enfría, en nuestro caso no fue así, hablábamos con mucha frecuencia, discutíamos de lo humano y de lo divino, seguíamos compartiendo proyectos dada nuestra enorme afinidad personal y nuestra hiperactividad innata, y todo ello a pesar de su enfermedad de la cual no le gustaba hablar. Y aunque sería probablemente muy atrevido por mi parte destacar el motivo, estoy convencido que él pensaba que era una pérdida de tiempo y que siempre teníamos temas tan interesantes que tratar que su enfermedad se convertía en algo secundario. La última vez que hablé con él fueron más de sesenta minutos de conversación, de los cuales, y a pesar de mis esfuerzos por conocer su estado de salud, no le dedicamos ni dos minutos. Hablamos de la Universidad, hablamos de la nueva UCI de Poniente la que fue su casa durante tantísimos años, de lo difícil que este virus nos lo había puesto a todos y en especial a los intensivistas, de lo que echaba de menos el ejercicio de su profesión y de lo orgulloso que se sentía del papel que habían ejercido sus compañeras y compañeros intensivistas a lo largo de esta pandemia. Pero, sobre todo, de lo que le hubiera gustado estar en la primera línea de fuego, línea en la que se mantuvo desde el inicio de su profesión y que esta maldita enfermedad le impidió ejercer, ya que os garantizo que si no hubiera sido por eso, Miguel Ángel hubiera estado con el EPI desde el minuto cero. Siempre me decía «llevamos toda la vida preparándonos para algo así y no me gustaría perdérmelo».
Pero a pesar de ello, pocos intensivistas, pocos médicos y pocos profesionales le han dado tanto a los pacientes y le han dado tanto a nuestro sistema de salud como el Dr. Díaz Castellanos. Esta mañana, como tantas otras, me incorporaba temprano a mi guardia, un día como cualquier otro, caluroso de más y con bruma, pero nada me podía hacer pensar que a las ocho y media sonaría el teléfono para conocer que Miguel Ángel nos había dejado y nos había dejado como él fue a lo largo de su vida, preocupado por los suyos, tratando de dirigir y poner orden en lo que no lo tiene hasta el último momento, seguro de lo que tenía que hacer y de cómo lo tenía que hacer, y estoy absolutamente convencido que con una sonrisa, esa que vi por primera vez en 1991 y que me cautivó como a tantos otros y a tantas otras a lo largo de su vida.
Pierdo a un REFERENTE, pierdo a un MAESTRO, pierdo a un JEFE, pierdo a un AMIGO pero, sobre todo, mi sentimiento es de orfandad profunda ya que también he perdido a ese segundo padre que tuve la suerte de tener cuando perdí al mío.
Querido JEFE, querido amigo, querido compañero, pon orden en el sitio donde estés que seguro que hace mucha falta, y tú eres único para eso.
Antonio Cárdenas Cruz
El Ejido, 11 de Julio de 2021