Un problema muy común en Medicina es conocer qué valor dar a cada una de las pruebas de laboratorio, o de otros procedimientos diagnósticos. Si estas pruebas se demuestran de elevada calidad tenderemos a basar nuestras decisiones en ellas de forma directa. Si la prueba de que disponemos es de baja calidad, la tomaremos como un indicador más, pero no deberíamos utilizarla como única fuente de decisión.
Los procedimientos de evaluación que incluiremos en siguientes artículos no van solamente enfocados a pruebas de diagnóstico por laboratorio, sino que son aplicables a cualquier procedimiento diagnóstico cuyos resultados sean dicotómicos, pues estamos hablando siempre de variables binarias, es decir, procedimientos que lleguen a una conclusión positiva o negativa sobre la afección explorada.
En general son dos los procedimientos empleados. Uno de ellos, la evaluación global de la eficacia de una prueba, emplea la medición de dos parámetros específicos: la sensibilidad y la especificidad. La sensibilidad señala la proporción de enfermos (u otra característica binaria de interés) son detectados por la prueba, mientras que la especificidad indica la proporción de sanos (o lo equivalente en otros tipos de evaluación) en los que la prueba da un resultado negativo, es decir, la sensibilidad es la tasa de aciertos en los enfermos, mientras que la especificidad se refiere a la tasa de aciertos en los sanos, usando enfermos y sanos en un sentido general, siempre que la variable sea dicotómica. En algunas ocasiones estos parámetros se denominan sensibilidad y especificidad nosológicas.
La otra medida que se precisa es la evaluación de la calidad de la precisión diagnóstica, que se conoce como sensibilidad y especificidad diagnósticas, que incluyen, como veremos en un artículo posterior, la necesidad de una estimación de la frecuencia de la enfermedad o factor que se intenta diagnosticar, en la población estudiada.