Querido JEFE:
Cuando tuve que elegir hace 18 años en qué hospital formarme como especialista en Medicina Intensiva, ya era bien conocida tu fama dentro de la especialidad a nivel nacional por tu alta competencia científico-técnica, capacidad innovadora y nivel de exigencia.
Esos fueron los motivos por los que el destino me ofreció la oportunidad de elegir el Hospital de Jerez para iniciar mi formación como intensivista. Fueron unos años realmente maravillosos en los que la juventud y la pasión por esta profesión se unieron con la suerte de poder formarme en un servicio liderado por Antonio Jareño.
Lideraste una Unidad de Cuidados Intensivos destacada no sólo por un inteligente y moderno diseño arquitectónico que tú mismo realizaste allá por los años 80, también por tu capacidad de trabajo y de innovar dentro de la especialidad manteniéndonos al día y potenciando la modernización de la especialidad.
Además, formaste un equipo de profesionales de consolidada formación y exquisito trato a los pacientes críticos cuya madurez profesional a principios de siglo tuvimos la fortuna de disfrutar los residentes, con una enseñanza de la medicina intensiva impagable fundamentada en el rigor científico y la medicina formada en valores. Al frente del barco estabas tú con tu inseparable amigo Alfonso Cercas al que tanto admiramos, y que no ha dejado de llamarme ni un solo día de tu ingreso en UCI.
Fui testigo directo de la modernización del servicio de Urgencias que durante décadas dirigiste junto con la UCI, fue un “regalazo” profesional el reto que me encomendaste junto con nuestro querido Luis Pérez Fontaiña de llevar la unidad de Observación de Urgencias durante una década inolvidable para nosotros.
De ti aprendí que un jefe ha de ser un modelo a seguir, que el rigor en esta especialidad sólo se obtiene con esfuerzo, que la toma de decisiones para ser prudente ha de estar fundamentada en los valores de los pacientes, y que el trato más humano marca la diferencia camino a la excelencia en la relación clínica. También me demostraste que eras mi jefe en una relación de respeto mutuo, en la que anteponías el bien común y trato de calidad a los pacientes por encima de las relaciones personales. Por ello no me concediste el honor de pasar a ser tu amigo hasta que te jubilaste.
Fuiste siempre muy exigente conmigo, cuando me quise formar en Bioética me mandaste durante dos años a la Universidad Complutense de Madrid con Diego Gracia con esa máxima que siempre te caracterizó que si se hace algo debe hacerse rodeado de los mejores.
De ti admiré que eras el primero en llegar al Servicio, el último en irte y fui “víctima-testigo” directo de tus noches interminables de guardias en las que tu capacidad de trabajo hacía que no distinguiéramos el día y la noche en jornadas continuadas de trabajo. Eras incansable y me inculcaste que al enfermo crítico se le atiende a pie de cama durante las 24 horas.
A ti te debo gran parte de mi tesis doctoral realizada siendo aún un residente, por ello está dedicada a ti, la escribimos juntos a puño y letra en nuestro tiempo libre con un rigor metodológico que dista mucho de los plagios que han puesto de moda algunos políticos devaluando los méritos académicos de tantos otros que sí que se esfuerzan.
No hubo un solo juicio diagnóstico, una decisión, una sola diapositiva, sesión clínica, ponencia científica en la que no sintiera el aliento de tu escrutinio aspirando a la máxima perfección, siempre cauteloso de no decepcionarte.
Tu ingreso ha resultado una experiencia muy dura para todos, nos has vuelto a poner a prueba dándonos tu última gran lección de la que he aprendido lo necesario que es trabajar en equipo, tu “vieja guardia” por última vez se ha unido en torno a ti, el manejo de la vía aérea precisó que me ayudara Paco Carrizosa con su sentido práctico de la especialidad, para el manejo del respirador Anselmo Gil me concedió su “penúltima” lección magistral en ventilación mecánica codo con codo a tu lado como cuando fui su residente, Paco Valenzuela me comentaba su preocupación por tu respuesta inmunitaria y esperó tu recuperación hasta el último aliento poder darte ese abrazo que ambos os debíais por tantos ratos compartidos, Jose Maria Sanpedro después de tantos años poniendo marcapasos debe haber aumentado el tamaño de su corazón tanto que se ha convertido en un compañero entrañable, y Lola Sandar, a quien he prometido ser su residente hasta que se jubile, cuidaba más de mí que de ti en la distancia media con la nostalgia de un tiempo que se fue para no volver.
Los primeros días de tu ingreso pudiste observar como lo están dando todo, desde nuestra secretaria Carmen, los celadores, residentes, auxiliares y resto del servicio…te mimaban día a día como hacen con el resto de los pacientes en estos tiempos tan convulsos. La dirección de tu hospital y resto de colegas de otras especialidades nos daban aliento por lo admirado que eres para todos nosotros.
Muchos más compañeros han estado a tu lado dando la cara en duras jornadas de trabajo, vienen a coger el relevo profesional de esta generación de intensivistas que tanto hicisteis por la especialidad, y han visto estos días el cariño con que te ha cuidado esa enfermería de UCI que está haciendo magia con los pacientes en esta pandemia.
Tu jubilación no impidió que estuvieras muy con nosotros durante estos meses previos, me pediste que te enviara los informes semanales que a modo de “parte de guerra” hemos enviado desde la Sociedad Andaluza de Medicina Intensiva SAMIUC cada semana desde el mes de marzo, concienciados de que esta especialidad está dando la cara con solidaridad, sacrificio y profesionalismo en un acto que me atrevo a definir de puro patriotismo.
Sé que si me hubieras corregido estas líneas hubieras criticado su extensión y parte de su contenido, pero ya no estás para hacerlo, por eso me tomo la libertad de escribirte esta frase que hubieras censurado, a diferencia de algunos, que siguen poniéndose las mascarillas a la altura de las rodillas en un acto de servilismo tan premiado en los últimos años y que tanto daño ha hecho a nuestra sanidad pública, otros nos la ponemos en la boca, no para protegernos sino para que no se nos vea la “cara partida” por haber elegido esta profesión caracterizada por la vocación de servicio. Ya descansaremos y recobraremos la vida familiar cuando nadie se acuerde de nosotros.
No te podemos ni llorar, no hay tiempo para ello, si lo hacemos lo disimularemos con nuestras gafas de protección porque nos debemos a todos esos pacientes y sus familiares que están sufriendo la peor parte de esta pandemia.
La SAMIUC me ha encargado que escribiera sobre ti, recibimos mensajes de respeto y condolencias de esta sociedad científica de la que formaste parte de su junta directiva como tesorero, las muestras de cariño se expanden al territorio nacional a través de la Sociedad Española SEMICYUC, y otros tantos compañeros de otras especialidades no han dejado de preguntar e interesarse por ti. Te vas sin ser consciente de a cuantos pacientes y familiares hiciste feliz durante décadas al frente de la UCI, de a cuantos profesionales nos has transmitidos tus valores para ser mejores profesionales día a día.
Has de sentirte orgulloso, ya que las UCI afrontan los días más duros de su historia dejándose la piel por los enfermos críticos, ejerciendo un liderazgo callado por soportar la presión a la que han sometido a nuestros hospitales, a día de hoy más de 750 pacientes siguen ingresados en las UCI andaluzas, hemos atendido en menos de un año por COVID a más de 3400 pacientes críticos pudiendo dar de alta a más de 2200 y las que nos quedan por conseguir, continuando además con la atención de calidad del resto de patologías graves.
Me habría encantado no tener que experimentar profesionalmente tu última encomienda, hasta para irte me has exigido el máximo demostrándome que la medicina es una cura de humidad diaria donde me queda tanto por aprender. Que rabia y pena me da no haber sido capaz de regalarte los años que esta enfermedad te ha robado.
Fuiste para mí un maestro único del que aprendí la figura de un médico humano que entregó su vida a la profesión con gran generosidad y esfuerzo por los pacientes. Quiero imaginarte navegando por el mar plácidamente con la sonrisa en la cara por estar junto a tu última gran pasión que ha sido tu nieto, pero cierro los ojos y te veo de madrugada trabajando a pie de cama en tu UCI mientras yo te admiro. Es un honor que me consideren discípulo tuyo.
Ángel Estella.
Coordinador del Grupo de Trabajo de Enfermedades Infecciosas de la SAMIUC